sábado, 28 de agosto de 2010

Sepa si está con un psicópata (Dr. Hugo Marietan)


(Fuente: http://www.marietan.com/material_psicopatia/cuestionario.htm)

CORP: Cuestionario de Orientación sobre Rasgos Psicopáticos

Hugo Marietán, 2003, 2009 © Derechos Internacionales Reservados

www.marietan.com marietanweb@gmail.com


A. Satisfacción de necesidades distintas

A1. Uso particular de la libertad

¿Cree que todo es posible? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

Impedimentos: ¿Tolera las frustraciones y los fracasos? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

A2. Creación de códigos propios

¿Respeta la ley y las normas comunes? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Sigue su propia ley y sus propios códigos? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Carece de remordimientos o de culpa? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Le echa la culpa a los demás de sus errores? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Repite errores? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

A3. Repetición de patrones conductuales

¿Repite de la misma manera las acciones negativas? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Tiene algún signo que anticipe sus conductas negativas? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

A4. Necesidad de estímulos intensos

¿Tiene conductas de riesgo? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Se aburre con facilidad? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Tiene proyectos de vida a largo plazo? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Abusa de drogas o alcohol? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Tiene conductas raras o perversas en lo sexual? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Tolera situaciones de mucha tensión? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

B. Cosificación de otras personas

¿Es egoísta? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Se cree superior a los demás? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Todos deben girar a su alrededor según sus deseos? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Hace lo que quiere sin importarle las consecuencias? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

Empatía: ¿Le importa los sentimientos del otro? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Manipula? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Seduce? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Miente? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Actúa para conseguir lo que quiere? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

Coerción: ¿Usa la agresión física para conseguir sus objetivos? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Usa la agresión psíquica para conseguir sus objetivos? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

Parasitismo: ¿Vive del esfuerzo de otro? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Usa a las personas? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Logra distorsionar los valores y principios de los demás? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Es insensible? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Es cruel? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Humilla y desvaloriza? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Extraña, echa de menos? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Crea tensión y agotamiento en la relación con otras personas? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

¿Crea relaciones adictivas, dependientes? Dé un ejemplo o cuente una anécdota.

martes, 17 de agosto de 2010

La Dignidad del Miedo

Excelente artículo por el Dr. Norberto Levy

La dignidad del miedo
Dr. Norberto Levy

Así como en el plano físico cada órgano (hígado, cerebro, riñones, corazón) cumple una función específica y necesaria, en el universo emocional cada emoción cumple también una función de igual importancia.

Existen emociones que nos informan acerca de lo que tenemos (alegría, gratitud, confianza, solidaridad, etc.) y otras que nos informan acerca de algo que nos falta (tristeza, miedo, envidia, culpa, etc.) A estas últimas se las suele llamar "negativas", y no lo son. Son en realidad valiosísimas señales que nos remiten a problemas que estamos experimentando en ese momento. Por ejemplo, el miedo es la sensación de angustia que nos informa que hay una desproporción entre la amenaza que enfrentamos y los recursos que tenemos para encararla. Si el peligro tiene “valor diez” y los recursos son también “valor diez” no se producirá miedo.

Si en cambio, los recursos son “valor cinco”, el miedo surgirá y será la señal que nos avisa de esa desproporción. En ese sentido podemos comparar al miedo con la luz roja del tablero del automóvil que se enciende e indica que hay poca nafta. El problema no es la luz sino lo que pone en evidencia: que falta combustible. La luz roja es una valiosísima señal que nos remite a resolver ese problema. Lo que necesitamos es aprender a tratar al miedo con la misma eficacia con que tratamos la luz del tablero, y eso es posible.


Creencias erróneas

Uno de los factores que perturba esa posibilidad son las creencias equivocadas que tenemos acerca del miedo. En general pensamos que es una “emoción negativa”, que es señal de debilidad y cobardía, que es mejor no escucharlo porque sino no haríamos nada, que los hombres no tienen miedo… que el problema es el miedo y que si por el camino que fuera lográramos no sentirlo, no tendríamos las angustias estériles que el miedo nos trae.
Cuando nos apoyamos en esas ideas tapamos y maltratamos al aspecto miedoso y ahí es cuando el miedo comienza a convertirse en un problema que paraliza y hace sufrir.


Qué hacemos con el miedo

Es bueno recordar que no sólo sentimos miedo sino que a continuación reaccionamos ante ese miedo que sentimos, y podemos sentir vergüenza, rabia, desprecio, impotencia o miedo por tener miedo. Es decir, se produce una reacción emocional en cadena, y lo interesante es que según sea esta segunda reacción será el destino del miedo original.

Si nos da miedo sentir miedo tratamos de suprimirlo porque nos parece que nos va a sobrepasar y desorganizar. Si nos da rabia nos enojamos con la parte miedosa y solemos retarla y castigarla. Si nos avergüenza, la escondemos. Y así, cada una de estas segundas reacciones produce una actitud específica hacia el miedo original.

A la parte miedosa se le agrava entonces su condición y tiene dos amenazas: la externa (el examen, la enfermedad, el rechazo, o lo que sea el motivo del miedo) y la interna, que es la propia reacción interior.


La reacción interior

Matías me consultó por miedo a la soledad. Le pregunté: “Si imaginaras que esa parte miedosa estuviera enfrente ¿qué le dirías? ...y mirando hacia ese espacio le dijo: “¡estoy harto de ese miedo absurdo que tenés que no me deja vivir... me dan ganas de abofetearte para que despiertes...!”

Lo invité entonces a que tomara el lugar de la parte miedosa y viera cómo se sentía al escuchar eso.

Desde ahí respondió: “Ahora me siento peor y más solo que antes...”
Esta es una de las típicas reacciones interiores que agravan el miedo original. En ella se suman el enojo ignorante que cree que abofeteando a la parte miedosa la va a transformar, y la creencia, ignorante y frecuente también, de que hay miedos absurdos.

Ambas forman parte de la evaluación que hacemos acerca de lo que sentimos, y esta evaluación es continua, seamos o no, concientes de ello. Algunas de esas reacciones nos ayudan efectivamente a cambiar y otras, como las que describimos recién, nos dejan más asustados que antes. Y esto es así no porque el evaluador sea malo sino porque es ignorante y no sabe cómo ayudar. Nosotros somos los dos, tanto el que tuvo miedo como el que lo evalúa. Somos ese equipo, y según cómo se relacionen entre sí será nuestro destino psicológico: insatisfacción crónica o crecimiento.

Y dado que es una función tan importante ¿Qué puede hacer el evaluador, por ejemplo ante el miedo, para aprovechar esa emoción en lugar de sólo padecerla?

Primero: Legitimarla y escucharla. Legitimar no es consentir. No es: "Está todo bien, y... a otra cosa". Eso anestesia pero no ayuda. Legitimar quiere decir que se reconoce que hay un problema, pero que quien lo padece no merece reproche por eso, sino ayuda. Hay personas que dicen: "Yo no escucho a mi parte miedosa porque si la oyera nunca haría nada". Esa actitud funciona durante un tiempo muy corto pero la parte miedosa no escuchada y maltratada sigue creciendo y en algún momento, activada por una situación tal vez menor, irrumpe de golpe con todo el miedo acumulado y se produce lo que conocemos como crisis de pánico.

Podríamos compararlo con una angina. Si la reconocemos y asistimos, llega hasta ahí y remite. Si no escuchamos ni atendemos esa señal, crecerá y se hará neumonía.
La crisis de pánico es el equivalente psicológico de esta neumonía.

Segundo: Una vez que la hemos escuchado, preguntarle: ¿Cómo necesitás que te trate y te hable para que puedas sentirte acompañada y ayudada por mí?
Es importante saber que si se le da el tiempo suficiente, esa parte miedosa lo va descubriendo, y la experiencia clínica muestra que ese trato que necesita, en la mayoría de los casos no coincide con el que recibe diariamente.

Tercero: Intentar tratarla como lo acaba de pedir. Eso se logra cuando el evaluador interior se conecta con un componente esencial de su rol, y es que su tarea consiste en evaluar para enriquecer, no para destruir a lo evaluado.

Que una parte de uno mismo le hable a otra y después esa otra le conteste, tal como ocurre entre dos personas, parece algo extraño, pero de hecho esa conversación interior existe, aunque no la percibamos con claridad.

Este ejercicio intenta amplificar esas voces y transformar su antagonismo en cooperación.
Cuando hay cooperación interior entre el evaluador y el evaluado se va pudiendo encontrar, ante cada situación que despierta miedo, cuáles son los recursos psicológicos que faltan para poder enfrentarlo y cómo desarrollar dichos recursos. Y cuando tales recursos no se pueden desarrollar, la retirada, al ser consensuada, deja de ser conflictiva pues forma parte del derecho que me asiste de elegir las condiciones más propicias para mi desempeño.

Como dice el I-Ching: Saber emprender correctamente la retirada no es signo de debilidad sino de fortaleza…

En la medida en que uno se ejercita en el despliegue de estos diálogos interiores, el miedo va recuperando su dignidad original perdida y vuelve a ser la valiosísima señal de alarma que es.